23 de abril de 2014. Miércoles.
«NO SIGAS,
SOY MUY MALO», DIJO EL LIBRO
Libros y sus ensoñaciones, en mi biblioteca. F: FotVi |
-Hoy, Día del Libro, abro un libro y leo: «No sigas, soy muy malo», y lo
cerré; pero su título era: Todo libro
merece ser leído. ¿Paradoja? No, sólo un espasmo de sinceridad, y de publicidad,
quizá. El «no sigas, soy muy malo», me animó, sin embargo, a seguir leyendo,
por ver si decía verdad, y por llevarle la contraria al libro. No me gusta que
me digan qué libro debo leer o qué cosa debo hacer. Y no me arrepiento de
haberlo hecho. Porque luego leí frases como ésta: «No seas necio, no leas si no
te apetece»; o esta otra: «Lee, aunque no te apetezca». Era un libro
contradictorio, pero muy divertido; hasta el punto de que llegué al final con
los ojos rasos de lágrimas de tanto reír, y llorar. De reír, porque uno de los actores
sentenciaba cosas como ésta: «Me duele la cabeza, me la cortaría, pero si lo
hago no sabré nunca si el curativo que he tomado me alivió el dolor o siguió
tan corajudo»; corajudo, por la
palabra deduje que el personaje podía ser sudamericano; es decir, de la tierra
de los Borges, los Monterroso, o los Gabo (menos conocido como Gabriel García
Márquez, y que ahora ha muerto). Y de llorar, porque el mismo personaje agregaba:
«Al fin, me he cortado la cabeza y no sé nada de lo que haya podido ocurrir
después del evento»; y, con un tono claro de ternura, añadía: «Si no te es
gravoso, y puedes, dímelo tú, lector». ¿Decirle qué? ¿A quién? Y yo, que tenía
intención de ayudarle, no supe cómo, pues la cabeza, en el suelo, tenía un
rictus de dolor y los ojos cerrados. Del charco de sangre no diré nada, porque
sólo de nombrar la sangre me da vértigo; tanto, como oír a un político
prometiendo libros gratis en un Día del Libro. (Los libros, para un político,
en general, son subversión). Sólo diré que la sangre era roja (menos mal que no
azul, se puede suponer por qué), era roja y, al poco, empezaba a coagularse, entre
la fruición y la bulla de las moscas. A la cabeza, con el rictus de dolor, los
ojos cerrados, y sin sangre, ya no se la oyó decir nada más; con la cabeza
callada, sólo seguían hablando la sangre y las moscas, y un perro que se acercó
a husmear y aulló, contaba el autor. El autor del libro todavía tuvo esta puya
o ironía; escribió: «Si has llegado hasta aquí -era el final-, enhorabuena, yo
no lo habría aguantado. Pero no es malo perder el tiempo, si crees, leyendo un
libro, que lo has ganado». Y concluía: «¿Tú qué dices, lector?» ¿Y yo qué digo,
Diario?, he preguntado a mi vez. Pero mi Diario se ha encogido de hombros, y,
con ese gesto, me lo ha dicho todo, casi tanto como el libro que acabo de leer;
es decir, todo y nada; los libros son así, dicen y no dicen, saben e ignoran,
tiemblan y agreden según el ánimo del que los lee; y es que todos ellos, los
libros, se dejan vivir en el lector, con humildad y profesionalidad de libro (19:32:39).
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