30 de octubre de 2014. Jueves.
INSTANTES
Puente sobre el río Neretva, en Mostar. Bosnia. F: FotVi |
-Vuelvo de viaje y me reconozco nuevo; o, en todo caso, con algo en mí
por estrenar. Es la novedad de la visión de cosas que antes no sospechaba. Ver
cosas y enamorarte del instante de verlas, porque te asombran, es un acontecimiento
espiritual, que anda detrás de los ojos y se instala en el alma. Un paisaje,
una catedral, una hoja con una gota de lluvia a punto de caer, y sientes a Dios
pasar por ese instante. Y entonces pienso: el Dios, grande e inmenso, tan
pequeño en este instante, y me conmuevo. Viajar es tu interior llenándose de
exteriores; ves, tocas, gustas, hueles, rozas, y tu interior se llena de
mensajes que te hablan y te dicen cosas renovadas, líricas unas, solemnes otras,
tristes a veces. Pero lo que queda como poso, como huella, es lo bello: la
Eslovenia verde con ondulaciones como de cuerpo recostado, la Croacia marítima e
insular, con sirenas que llenan de músicas el viento, músicas, sin embargo, dulcemente
amenazantes, en ocasiones, o la Bosnia de la pobreza y con heridas de guerra aún
sin cicatrizar. El mal de las guerras siempre es mal rencoroso, y nunca deja de
herir. Y más si es guerra civil, guerra separada sólo por un puente en Mostar sobre
el río Neretva. Ha sido un viaje con lluvia y sol; lluvia, sin embargo,
habladora, sobre todo en los Lagos de Plitvice; hablaban las cascadas y, para
unirse en el concierto de lo nunca oído, porque era un instante de alucinación y
de belleza, único, la lluvia respondía en la palma de la mano de las hojas y en
los ojos, si la mirabas. Nunca había oído sinfonía igual en mi interior, Diario;
sinfonía de bosques y agua, y mis latidos (20:09:27).
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