17 de abril de 2017. Lunes.
SOL DE JUSTICIA
Al final, la luz, en Kaymakli, Turquía. F: FotVi |
-Ayer, domingo luminoso,
en el espíritu. Íbamos de celebraciones. Habían terminado los desfiles
procesionales del prendimiento y el dolor y daba comienzo el de la palabra y
las aclamaciones. El cielo, sin embargo, apareció pesado y gris, diluyéndose así
el aleluya -la palabra- en niebla. La
palabra estaba ahí, pasando gozosa de boca en boca, con destellos de luz en los
labios, y sobre todo en los ojos. Aunque sin poder mirar directamente al Sol. El
Sol de justicia que celebrábamos había resucitado. Un Sol, que se eclipsó el
viernes y había vuelto a la vida el domingo, como el que se hunde en el agua y
sale con la boca abierta respirando ahogos. Buscando oxígeno. Jesús resucita y
atrae hacia sí todas las cosas, dice la Escritura: también las malas, las
injustas. Camina con las señales de los clavos en las manos y el agujero de la lanza
en el costado. Resucita, pero sin dejar a un lado las fracturas de la cruz. Se
adelanta y muestra las heridas. Son su carta de presentación: así firma Jesús
su resurrección; y así se irá al Padre, con su humanidad dolorida en la que su
ha instalado, ya para siempre. Es decir, Cristo, se lleva consigo la cruz del
mundo: Siria, Alepo, los migrantes, los perseguidos, los que lloran, los que
viven y mueren en la pobreza, todos los señalados en las bienaventuranzas; pues,
Diario: «Si él abre -dice San Juan en el Apocalipsis -, nadie puede cerrar; si él
cierra, nadie puede abrir» (20:15:55).
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