20 de septiembre de
2018. Jueves.
UN
AYER FLORIDO
San Pedro, en el mar. Salinas. San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Luego
de desayunar, salgo de la Casa Sacerdotal en coche. Es una mañana de azul y sol,
murciana. La ciudad está viva, como las jacarandas y las palomas en las aceras
por donde cruzo. Tomo la autovía y en una hora me planto en San Pedro del
Pinatar, donde están mis recuerdos. En mí, en esta hora de mi vida, parece que
todo sean recuerdos, nostalgias, acacias brotando en el pasado. Miro más hacia
el ayer -un ayer florido- que hacia el mañana; el mañana es un paisaje borroso,
más allá del instante que ahora vivo, instante en el que extiendo los brazos y
solo acierto a tocar decadencia y fósiles, vestigios. Ya en San Pedro, visité
al dentista: tenía cita con él. Pero antes, un grupo de señoras celebró haberme
conocido, y yo -me lo recordaron ellas- de haberlas casado, a pesar de todo,
dijeron ellas. Y, a partir de ahí y al subir las escaleras de la consulta, me
atrapó el miedo. Miedo que duró durante toda la consulta: la boca abierta e Hilario,
el médico, manipulando mis dientes con el espejito redondeado en una mano y la
sonda dental en otra, hablándome, desde arriba, como un dios ininteligible y despiadado,
con la boca embozada y la mirada líquida detrás de las gafas. Pero al fin entendí
lo que me decía: he de volver el veintiséis de septiembre. Callé, acaté, y, si
Dios me lo permite, Diario, volveré, con el alma en vilo, y doliéndome toda
ella en la dentadura, con la que mastico y, gozosamente, hago palabras, libres (18:49:57).
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