25 de septiembre de
2018. Martes.
BESANDO
EL AGUA
Y besaba el agua, en el jardín. Torre de la Horadada, F; FotVi |
-Me despierto
y observo que el cielo está encapotado. Y amenaza (bendice) lluvia. Aquí en
esta tierra, la amenaza de lluvia significa bendición: o Dios que nos mira con
ojos húmedos y serenos, sin aparato eléctrico, bonanciblemente. La mirada de
Dios debe ser como el rocío que cae durante la noche para alivio de lo marchito
y sediento, sin fantasmas de sequía. Las plantas de la noche dirán: «¡Dios nos
ha mirado!», y dormirán sin miedos, sin fantasmas. Hasta que, en su interior,
las despierte el rumor de la savia; y, en su entorno, la naturaleza cante el
himno de la vida. Pero, no; la lluvia se dejó oler, pero no tocar. Tocar el agua, tocar el viento, como titularía
Amos Oz una de sus bellas novelas. En una de sus páginas habla de un tal Emanuel
Zaicek, filósofo y divulgador de ideas, sospechoso de ser espía, que un día, «a
la vera de un río de aguas indolentes…,
con la tez morena y quemada, con la piel de oso ceñida sobre los hombros, con
la barba blanca desgreñada, está en cuatro patas, bebiendo y besando el agua.
Está solo». «Besando el agua», como se besa una reliquia o al ser amado. El
agua, labio de Dios, que, al tiempo que la besamos, nos besa. Pues, Diario, no ha llegado la lluvia. En las nubes, se ha paseado por nuestros cielos y se ha ido a otra
parte, sin dejarnos besarla. Quizá sea que no le gustan nuestras
caricias, quizá sea eso (18:59:19).
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