30 de enero de 2019. Miércoles.
LAS RUINAS
Flor de pasión, en el jardín. Torre de la Horadada. F: Forvi |
-A todos nos aterra la
muerte, pero sobre todo cuando nos toca de cerca. Porque entonces es cuando tienes
que mirar y ver el rostro de cera y la nariz sin aliento del ser querido exánime,
todo él paralizado, como el que ha entrado en el más terrible silencio de las
cosas. Aunque el siquiatra austriaco Viktor Emil Frankl,
que sobrevivió a varios campos de concentración nazis, diga que «a menudo las
ruinas son las que abren las ventanas para ver el cielo». Porque todos, en la
muerte, nos hacemos escombro, despojo de una bella historia de amor derribado,
pero que aún vive en la ruina y en la mariposa que siempre nos queda activa de
la vida anterior. Nos preguntamos por qué la muerte de Julen, el niño de
Totalán, ha causado tanto revuelo mediático y las decenas de niños que mueren
en el mar pasan comúnmente desapercibidos. Quizá sea por esto: porque la muerte
de Julen nos ha tocado de cerca, la tragedia nos ha envuelto en su llama, y,
sin embargo, las de los niños del agua nos quedan lejos; no nos rozan la piel. Son
como las ruinas de Éfeso, en Turquía, o las de Gerasa, en la Decápolis, que si
no las visitas no te puedes dar una idea de su grandiosidad y belleza, de su hermoso
lenguaje, de su latente y vivo idioma de despojo. Todas las muertes, Diario,
son tragedia; pero las más cercanas, además, son tú tragedia, con la que tienes
que lidiar y sobrevivir, sin que te atrape y te destruya, liberándote de su
abrazo abrasivo y, en ciertos casos, mortal (19:23:30).
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