1 de febrero de 2019.
Viernes.
SUBE Y BAJA
Amanecía esta mañana, desde el quinto piso. Murcia. F: FotVi |
-Intérprete de su propia
comicidad, recuerdo a Cantinflas, en la película Sube y baja, dar vida a un encargado de ascensor, humilde y
estrafalario, pero lleno de dignidad. Ayer viví yo la misma experiencia, pero
sin la habilidad de Cantinflas. Sube y baja en el ascensor, del octavo al
quinto, y del quinto al octavo, echando la hiel por la boca, y fatigados los
pies. Y es que, Diario –creo no habértelo dicho–, me han mudado de piso. Sí. Me
han ascendido del octavo al quinto piso:
aquí se asciende bajando. O sea: si habláramos de la subida de Jesús a los
cielos, tendríamos que decir: Jesús desciende a los cielos. Mi ascensión ha
consistido en ascender de un piso normal, el octavo, con una mesa, una cama, un
cuarto de baño y un enorme balcón, a una especie de suite, o apartamento, el quinto,
donde hay más espacio para perderse y no hallar nada, y que en vez de al
poniente, da al este, por donde el sol sale y silabea el amanecer. Algunas
veces lo hace, precedido de nubes coloreadas, que son como las hermosas
danzarinas que preceden a la función. Otras, con corona de oro y manto azul, así,
como todo un rey, deslizándose por la bóveda
del cielo como todo un señor de la vida. Y las habrá en blanco y negro, como
una película de Buster Keaton echando leña al fuego de La general. Lamentación: ya no veré más desde mi balcón recogerse
al sol en su ocaso; entretanto, diré con J. R. Jiménez: «Parece que la
aurora me da a luz, / que estoy ahora naciendo». Pues, eso: me consolaré así (17:34:54).
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