3 de octubre de 2016. Lunes.
EL JÚBILO
Llanto de rosa, en el jardín. F: FotVi |
-Dejo la capilla del Carmen y la ermita (iglesia) de
San Blas. Ayer fue el último día. Celebré misa, prediqué y contuve las lágrimas.
Como diría aquél, me duele el alma; o mejor, me duelen, o me pesan, los años. Conforme
me dejan los años, yo me voy dejando cosas en el camino. El camino de la vida, o
camino de ir yéndose sin poder volver, o dejando, a lo sumo, un pañuelo de
despedida en el aire. Se suele decir: «Cumplo años», y, en realidad, lo que
cumplimos es el fin; fin disimulado de jubilación. El júbilo (o tedio) de la
jubilación. Según se mire. Si miras los años que te van siguiendo fatigados, jadeantes,
te entristeces; pero si miras el sentirte dando pasos, el sentirte avanzando, te
alegras. O como diría Ingmar Bergman, director de cine sueco: «Envejecer es como
escalar una gran montaña: mientras subes, las fuerzas te van dejando, pero la mirada
es más libre, la vista más dilatada y serena». Y será así, si para entonces
ves. O si, como diría Borges, el divino (o malabarista literario) ciego, entras
en la pavorosa soledad de la ceguera. «La ceguera es una forma de soledad», dejó
dicho. (Digo malabarista porque, al escribir, se enreda en sueños y espejos y
sale vivo de la pesadilla). Me estoy yendo, Diario; del todo, como el actor que
hace mutis por el foro y es aplaudido; ayer, al finalizar la homilía, me
aplaudieron. Me estoy yendo (19:57:57).