9 de julio de 2018. Lunes.
PAUSAS
DE REFLEXIÓN
Viejo libro, en mi biblioteca. F: FotVi |
-Leo
en El Cultural, revista literaria, que
ya en el siglo XVI, Francis Bacon expresó su teoría sobre la lectura rápida,
devoradora de libros, y la lectura lenta y meditativa, que yo llamaría de
profundización en la golosina. Escribió: «Algunos libros son para probarlos, otros
para tragarlos, y unos pocos para masticarlos y digerirlos». Hay diversas y
contradictorias teorías sobre este particular, pero yo me acojo a la que mastica
y digiere los libros. No soy capaz de tardar menos de cuatro o cinco semanas en
la remate de una novela o de cualquier otro libro que yo ame. Amar un libro
-creo- es mirarlo, tocarlo, rumiarlo, subrayarlo, gustarlo como un hueso de
melocotón en la boca, darle vueltas entre los dientes, la lengua y el paladar,
pasándolo luego a la mente, donde queda todo lo que has catado en él, como un
regusto de recuerdo. Luego, en la biblioteca, verás el libro como algo encendido,
luminoso, con destellos, que te llama a volver a cogerlo y buscar en él alguna
frase o capítulo, o diamante, que te haya herido o liberado, o extasiado, y retornar
a masticarlo. Así hago yo mis lecturas, lenta y amorosamente, con lápiz para
subrayar, y así poder regresar sobre lo subrayado, sin importarme el final, que
ya llegará, con asombro, quizá, pero sin prisa. Con pausas de reflexión. No es
que no me interese el final, pero me seduce más el cuerpo del libro, su
estructura, sus trucos, las palabras, las imágenes, la carne y los huesos, todo
su caparazón de ostra, Diario, que encierra la perla y que, una vez abierta, te
la entrega llena de belleza y solidez, y con olor a mar; es decir, con aroma literario
(18:12:55).