6 de octubre de
2018. Sábado.
EN
ASÍS, REINO DE POBRES
Con la guitarra y su pobreza, en Šibenik. Croacia. F: FotVi |
-San Francisco es un
santo que nos enorgullece y nos conmueve; es un personaje con una mano en la
frente del que sufre y lo pies, descalzos, tocando la tierra. Es como un árbol
enraizado en el suelo mientras recibe la lluvia de lo alto. Vestido de saco (de
asco), ennoblece la pobreza, al tiempo que, en sus ojos, se afana la gloria del
cielo. Nada más bello que la pobreza de Dios aliviando la pobreza del ser
humano: en San Francisco, el humilde indigente de Asís. San Francisco ejercía
de mano de Dios, que a veces curaba, otras, no; pero siempre aliviaba. Ya lo
dijo Jesús naciendo en una cuadra: se puede construir un reino de pobres; pobres
que no echen de menos la riqueza, ni trafiquen con ella. La pobreza es la
riqueza que salva: por ser más libre, por más limpia, y con la que, por carecer
de ataduras, se puede volar más alto. O sea, la pobreza real, la que a todos
asusta, la de quien no tiene donde reposar la cabeza, la pobreza que duerme en
un banco del parque donde zurean las palomas, la pobreza de los desahuciados,
la de los ancianos que mueren de soledad. Es decir, esa pobreza que solo existe
en la mente de los ascetas del desierto y que vivió San Francisco, y que hizo,
en su tiempo, que una parte de la Iglesia volviera al evangelio, y, en el
silencio de su ejercicio, se hiciera palabra de Dios. Pero solo los humildes
aceptan esta verdad, y solo los humildes la viven, descalzos y con las manos
extendidas, y los ojos puestos en el cielo. Esperando la lluvia: la gracia de
Dios. En un mundo de egoísmos y de avaricias, la pobreza, Diario, es, aunque rechazada, la nueva cruz (y luz) de la iglesia que
salva, y libera (09:51:36).