9 de enero de 2020. Jueves.
AMOR A LA LIBERTAD
La libertad y las rejas, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-A mis años, todavía conduzco,
y de este modo consolido –como un pájaro voraz– mi deseo de libertad. Conduzco
por amor a la libertad, con precaución y mirando siempre por los espejos lo que
viene de frente y lo que me llega por detrás. No sobrepaso la velocidad
establecida y siempre miro al frente, apenas a los lados. Y no fumo, ni hablo
por el móvil, y siempre llevo puestas las dos manos sobre el volante. Es decir:
la ley y la vejez. Ambas complementándose, animándose a convivir en bella y saludable
armonía. Desde que me reconozco –me parece que desde los 6 años–, en todo
momento he intentado –intentado, digo– cumplir la ley, no solo para merecer el
reino de los cielos, sino para merecerme a mí mismo, y poder así hallar la paz,
la del espíritu y la otra, la del conseguir andar sin tener que volver la vista atrás a cada instante. Eso, sí: siempre que la ley se justa, imparcial,
objetiva. Con la ley, como llave de lo correcto, voy, con la cabeza alta,
vadeando la vida, y mirándola de frente. Aunque alguna que otra vez tenga que
bajar los ojos, y llorar con la ley o por la ley. Pues la ley, como decía Cicerón
en su Ética a Nicómaco, es la base de
toda concordia, y sin la ley, Diario, se viene abajo toda vida en común y
democrática, y con la libertad, herida, de por medio (18:45:48).