7 de enero de 2015. Miércoles.
OÍR
LAS COSAS
Hablando al día, en el jardín. F: FotVi |
-A veces no sé si escribir de esto o de lo otro: del silencio (donde
Dios grita -dicen), por ejemplo, o del decir de las estrellas; del estar (sin
estar) del aire que respiro o de las palabras que apenas nadie dice, como dédalo
o entelequia, o alfaguara. Me gustaría ver el aire como veo al pájaro que lo
corta y contarlo, decirlo luego, como se dice «hola» o «he leído este o aquel libro»,
hablar con él y oír lo que me dice. Decir: «¡He oído el aire!», y gozarme en lo
oído. Hablar del aire con el mismo aire, pero con el aire que respiro, no con
el otro que es colérico, vendaval, ira, a veces. Es decir, hablar (pues sé que
hablan) con las cosas que no oigo. Hablan el árbol, y el sol que se pregunta en
las ramas del árbol cómo será el frío, y la noria que da vueltas y vueltas sin
alcanzarse nunca (asombrada ella) a sí misma, y con el libro que no he leído, y
con el que, una vez leído, sigue callado (o a mí me lo parece), aunque yo lo ensalce;
hablar, como hace el poeta con sus versos o el místico con sus dudas, versos y
dudas que, a la postre, los alzan en levitación, en dulces derivas. ¿Tú oyes
esta palabra que acabas de leer? No la oyes y, sin embargo, sigue hablándote, como
te hablaba cuando la leías, cuando se decía en tus ojos. Yo, de mañana, salgo a
oír las cosas, y hablan; pero sólo cuando afino el cuerpo y ensancho el alma las
oigo. Si pongo el oído solo, no las oigo; pero si el oído con el alma, entonces
son un clamor de música y ayes; música y ayes, porque también hay dolor en las
cosas que no se oyen. Desde el alma, se oye lo callado y se ve la Invisible. Y
como dijo en un feliz verso de fe y melancolía del mar Jorge Luis Borges:
«Quien lo mira, lo ve por vez primera, / siempre». Como el que pone el alma a
oír las cosas cada día, que, al fin, Diario, acaba siempre por oírlas (20:19:57).