8 de marzo de 2016.
Martes.
LA
MUJER
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A mi Madre, Mujer. F: FotVi |
-Un poquito de lluvia, otro poquito de viento, y un
sol quebradizo de paletada azul de Picasso, en el lienzo, persiguiendo trasparencias.
Desde la ropa que cuelgo para que se oree, hasta el cielo infinito, todo es
trasparencia. Se expande la claridad. «Siempre la claridad viene del cielo; es
un don…», escribía en 1953, Claudio Rodríguez, en su inmenso libro Don de la ebriedad. La claridad, que es
más que la luz. La luz crea sombras; la claridad, sólo esplendor. Hoy, día de
la mujer, celebro a mi madre, que fue claridad sin sombras. Como cada madre,
supongo. En el recuerdo, ante todo, me quedan sus manos. En la más avanzada
ancianidad, sus manos eran trasparencia, claridad, que yo besaba con devoción. Eran
manos de trabajo y de martirio; manos de santidad sin hornacina. En sus manos estaba
el trasluz de su vida, donación sin límites, caridad laboriosa y bulliciosa. Aunque apenas
besaba (no le gustaba), toda ella, pequeña, frágil, cartón al final (vivió 100
años), fue amor, sin aspavientos. Las manos, donde ardía el rezo y la paz que éste
le dejaba. Nunca la oí quejarse, aunque sí llorar. Vivió la guerra, la
persecución, el desahucio, la precariedad (no la pobreza), no fue a la escuela,
y, sin embargo, sabía leer y cuentas, y, aunque con rasgos desiguales, escribir
su nombre, hermoso: Francisca, como el de Asís. Ella fue mi guía y, sin ocupar
sitio en biblioteca alguna, mi libro abierto, en el que, ante cualquier
dificultad, Diario, hallo la luz (o el destello, irradiación) que, hasta con
renglones torcidos, me hace escribir recto, o, al menos, entendible (20:36:43).