24 de febrero de
2016. Miércoles.
LA
ESTELA ONDULANTE DEL OLOR
Oliendo a mar, en Playa de Las Canteras. Las Palmas. Gran Canaria. F: FotVi |
-Lavar la ropa me sabe
bien; luego de tender la ropa, todo huele a frescura y a floresta, a rosal silvestre.
La naturaleza, para hablar, usa olores en vez de palabras. La naturaleza se
dice a sí misma oliendo. Leer olores en el libro siempre escribiéndose de la
naturaleza, es alucinación; se salta verbos y adjetivos, y comas, la gramática
toda, y, sin embargo, se la entiende, es otro estilo. Antes que las letras, el
niño lee olores: la chupe, el biberón, el silencio de la madre o su ausencia.
Lee los olores y gorjea o llora, según; y se asombra. Sobre todo se asombra. Morir
en olor de santidad, es un dicho hagiográfico; para leer la santidad de un
santo, primero se la huele y luego se la da por hecha. La santidad suele oler a
buenas obras, como poner la otra mejilla o situar la fe al servicio del amor,
que da la paz. En los dibujos animados, por la estela ondulante del olor, el
gato llega a la cocina, donde andan los manjares de lamerse. Como el poder, que,
con demasiada frecuencia, huele a corrupción; es decir, a pudrición. El olor,
Diario, es otra lectura de las cosas, tan fiel y bella como la de las letras (20:00:12).
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