22 de marzo de 2016.
Martes.
HALLEN
DESCANSO
Corona de muerte, en el jardín. F: FotVi |
-Sigue el cielo encapotado, como un paraguas
lloviéndose. Se nos llueve el paraguas gris del cielo encapotado. En mi niñez,
cuando llovía, me gustaba mirar al cielo y mojarme el rostro con su aspersión
celeste; los ojos, con gotas en las pestañas, parecían llorar, pero reían.
Ahora no puedo, me lo impiden las gafas. Y de pronto, la tragedia. Otra vez, en
una carretera española o en el aeropuerto Zaventem de Bruselas. Fiesta y
muerte, en la carretera; y barbarie y muerte, en Bruselas, y en el Mar Egeo, en
un mundo absorto. La muerte, o el laberinto pavoroso donde se pierde la vida. Ahí
siempre está el Minotauro a la espera de cornear, y arrancarnos los sueños. Nada
más nacer, el laberinto nos atrapa, y nos permite andar confiados hasta que nos
sorprende el silencio, el enorme silencio de la muerte. Unas veces, como un feroz
relámpago inesperado, que deslumbra y ciega, de improviso; y otras, con la lentitud
del que cuenta sílabas en una biblioteca de libros infinitos, despaciosamente. La
muerte, «que está en nosotros / y va muriendo a sorbos con nosotros» (Octavio
Paz). Yo rezo, Diario, porque los muertos, éstos y todos, hallen Descanso, y un
Descanso eterno (20:14:45).