23 de marzo de 2016.
Miércoles.
SILENCIO
Silencio que habla, en Las Salinas de San Pedro del Pinatar- F: FotVi |
-Un minuto de silencio, y ¿por qué no dos o diez o lo
que dure un lamento de madre ante la muerte de un hijo? Una parte de las
convenciones sociales son ficción o simplemente máscara, disfraz. Las
convenciones están bien como salida romántica o testimonial de un sentimiento,
y televisiva, quizá; pero ¿de qué se llena ese silencio, cómo se colma? Si,
después de realizado, pudiera abrirse, ¿de qué estaría hecho el corazón y los
nervios y la verdad de ese silencio? A lo peor su interior podría verse podrido
de intereses espurios, o políticos o de imagen, o simplemente folclóricos. Una
manzana dañada puede dañar a todo un cesto. El silencio es bello cuando en él surge
una idea nueva: o de paz, o de libertad, o de justicia que eleve la igualdad,
una ensoñación. En el silencio germina la idea, y, al manifestarse, al salir de
él como un nuevo nacimiento, la voluntad la hace acto, realidad, árbol con
frutos. ¿Pero qué brota, como nuevo manantial, nueva agua, de estos minutos de
silencio? ¿Apoyo, condena, rito, rutina, acción a favor o en contra de algo, o
tan solo silencio? Dice Leila Guerriero, en un artículo en El País, que: «El
dolor es el dios que a menudo nos convoca», incluso a un minuto de silencio;
pero sería terrible y una pérdida de tiempo infinita ese minuto vacío y
tristemente inútil de silencio. Quizá, Diario, le falte a la reflexión (verdadera
y lúcida) de Leila Guerriero, que, dejando a un lado todo pudor laico, la “d”
del dios que convoca ante el dolor,
fuera una “D” mayúscula de Don, de Dádiva, de Descanso, y no una “d” minúscula de duda, de dislate, de delirio
incauto, sólo. En el caso de la “D” mayúscula, tal vez esa convocatoria se
llenara de contenido amoroso, clemente, de solidaridad trascendida, de Luz.
¿Quién sabe? (12:57:22).