16 de noviembre de 2016. Miércoles.
SEXTO CUMPLEAÑOS
Ramo de niñez, en el jardín. F: FotVi |
-Si dices Candela -luz, lámpara, luna de noche, sol de
día, exhalación, chispa, luciérnaga para leer en la oscuridad, ojo luminoso
donde cabe todo el paisaje con la playa de Las Canteras dentro, su oleaje
paciente a veces y belicoso otras, siempre echado, esperando al bañista o a la
ola poderosa-. Si dices Candela -sexto cumpleaños; ¡seis años, ya, Señor!-, dices
flor del castaño o de la encina, flor y rama, y fruto; y en el fruto, dices
ocasión de masticar, de comer claridad y encender la dentadura como de aspas de
molino de viento, triturando el fruto -la castaña-, moliendo así lo que comes. Candela,
y, al decir la palabra, dices chispa en la boca, exhalación de aleluyas, a lo
Leonard Cohen. Dices Candela y te incendias por dentro: de amor, de proximidad,
de complicidad en el lenguaje y en las formas, de familiaridad. Ayer cumplió
años Candela: seis años; seis, el primer número perfecto, o el número, según la
Biblia, más perfecto de los imperfectos, pues el siete es el número perfecto por
excelencia. Un tal Ambrosio de Milán, sin embargo, lo hace símbolo de la
armonía perfecta, y quizá sea este número -el seis- el que mejor defina a Candela.
Armonía perfecta de su mirada, de su sonrisa, de sus palabras, y del juego de sus
manos cuando abraza. Cumple años, Candela, crece en edad y en sabiduría, y, si
es posible, en gracia, delante de Dios y para bien de la humanidad. Que Candela
crezca en edad, Diario, pero sin prisa, deteniéndose en su niñez todavía florida
y asombrada, absorta, y sin el caos aún en su alma de cualquier tipo de malicia
humana, de cualquier artificio humano (11:48:35).