22 de julio de 2017. Sábado.
LA
NIEVE QUE ARDE
Humilde belleza, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Oigo la música de Haydn
como el que oye la nieve arder, o al viento hablar. ¿Cómo crepita la nieve al
arder: tal cual rama seca de un árbol? ¿O la nieve no crepita, solo luce? Así
es la música de Haydn. Es fuego y nieve, viento y luz, suavidad y plenitud, que
destellan. Estoy oyendo su obra Las
Estaciones, y después de catar la
Primavera, me paso al Verano. Voy
recorriendo los diferentes acontecimientos musicales que relata el autor: la
salida del sol («como un velo gris irrumpe la primera luz de la mañana»), la
tarea del pastor («el alegre pastor reúne su rebaño»), y los demás elementos
que adornan el Estío, hasta llegar al tiempo de la tempestad («¡ay, la tempestad
se acerca!»), y, que entre ruidosa y despiadada, con un fortísimo de toda la
orquesta y una flauta que anuncia los relámpagos, se va debilitando hasta hacerse
un pianísimo de cuerdas temblorosas, que semeja el aire o aliento contenidos para
lo que a continuación será el Otoño o la serenidad complaciente, la belleza que
se aja, que se desvanece en el Invierno, pero que también es belleza, otra
belleza. Yo canto la belleza del instante, esa que reluce en la flor o en un
amanecer o puesta de sol, o en la gota de agua que, al deslizarse por sí misma,
queda helada en la estalactita de un carámbano. Dudando entre el cielo y la tierra.
O en la hormiga que se afana. Y es que la belleza, como dijo el poeta y
pensador Emerson, no se halla en este o aquel lugar, en esta o aquella cosa, sino
que va con nosotros. Con cada uno, Diario, si la sabe descubrir, o vislumbrar;
y, mientras, el mundo se enfrenta a múltiples carencias: la paz, la justicia,
la igualdad, la fe, la libertad, la
piedad, la esperanza, y, sobre todas las cosas, el amor, donde se vislumbra -o se
paladea- a Dios, se silabea (18:21:47).