3 de septiembre de
2017. Domingo.
EL
AMOR NIÑO
Belleza de la viejo, en el jardín. F: FotVi |
-Abro los ojos y caigo
en que es domingo, y me congratulo con el día luminoso que me cerca. Cercado de
esplendor, de luz, y de deseos de vivir. Aun en la vejez. Y es que esta vejez
nuestra es una vejez juvenil, animada, celebrativa. Con nuestros achaques, los
cinco curas jubilados -por las goteras de la vida: Mario, Antonio, Juan,
Ricardo y un servidor- celebramos a Dios; o el otro Joven (viejo) lleno de
eternidad, que vive y concita a todos y a todo en el Amor; el amor, que siempre
es joven: «la caridad nunca se acaba». (Dice San Pablo). Vivir en el amor (la
caridad) es vivir en la mocedad, aunque en el cuerpo aflore lo marchito -otro
tipo de belleza-, lo aparentemente prescindible, lo inevitablemente
deteriorado. Agrietados, pero aún, tímidamente, servibles. Y un secreto: hoy he
pido por el niño Aylan, aquel que hace dos años apareció roto en la arena de
una playa, como dormido, o dormitando en la muerte. Esparcido en la arena. Lo
que haría decir a Francisco Umbral: “la vida es sacrílega cuando profana al
niño». La vida, no; sino los que trafican con ella, los que la manipulan, los
impuros que dejan su impureza en aquello que tocan, como el que hace la guerra
por hacerla, por egoísmo, el que empuña el odio para detonarlo en el otro, el
que dice y hace maldades, el obsceno de mirada y corazón, el bárbaro de
barbarie irracional. El niño Aylan ya es un ángel ante el rostro de Dios, que,
como dice Chesterton, también es niño: «un niño rebosante de alegría y
felicidad». O el Amor niño, Diario, siempre incendiado, siempre luciendo y
dando calor al que ama; amor iniciándose siempre, y sin consumirse (19:01:18)