5 de marzo de 2018. Lunes.
OÍR LA LLUVIA
Lluvia, en el jardín. C. Sacerdotal. Murcia. F: FotVi |
-Me conmueven
y aterran las caras electrizadas y los puños en alto, aunque se trate de
ancianos que, a voz en grito, piden pensiones justas. Pero gritar, ¿da más
razón?, ¿convence más?, ¿intimida más? El puño en alto, ¿pega más?, ¿acompaña
mejor al grito? Más eficaz -pienso yo- es un grito mudo, que rompa y agriete el
aire, que irrumpa en la cólera de los volcanes, pero en las urnas. En las urnas
se oyen más los gritos que en la calle, y restallan más, y castigan más. Y no
hay que levantar el puño, ni vociferar con ira -el corazón peligra, ¡ah la
ancianidad!-, solo basta con coger una papeleta -al modo de un papel de fumar-
y depositarla, con la suavidad de una caricia, en la urna de la democracia, que,
junto a otras, dará el poder a aquel que cumpla lo que promete: subir pensiones,
facilitar o reducir privilegios, cantar o callar, con libertad. Entonces, no
podrán hacer demagogia, confundir al anciano indefenso. Decir te doy, mientras
te quitan, y escondiendo la risa. Ayer, día de lluvia, salí a pasear. Y era
hermoso oír la lluvia –de gotas educadas, breves- caer sobre el paraguas, con temblor
de dedos femeninos, como con miedo a dañarme. Pisaba la lluvia, y era, Diario, como
pisar la alegría, darle alas al gozo. Pensaba en los campos, en la necesidad de
las raíces, en el bien que es la lluvia pacífica, sin ruido de sables, civilizada,
y me congratulaba: como me felicitaré el día que hagan justicia al anciano (18:49:51).