27 de febrero de 2018. Martes.
URGENCIAS
Saliendo de la noche, en Salinas de San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Hoy, mi
día empezó a las 4:30 de madrugada. No es que, inspirado, me levantara a
escribir unos versos -hay veces que lo suelo hacer-, ni fue en razón de asuntos
escatológicos o de pura necesidad, sino a causa de unos golpes, que luego entendí
que solicitaban auxilio. Primero, entre sueños, oí el timbre; y, creyendo que
soñaba, me volteé e intenté atrapar un nuevo sueño. Me relamí la saliva e
hinqué la oreja en la almohada. Pero unos segundos después, sonaron unos golpes
expeditivos, urgentes, en la puerta. Me levanté, y abrí. Era mi vecino de
habitación, que pedía auxilio. «No podía dormir y tenía un lío en la cabeza»,
dijo. Y me pedía ir a urgencias al hospital cercano. Antes, se nos había unido
un sacerdote joven que, al oír ruidos extraños, fue a ver qué sucedía. Y los
tres, con los cuellos levantados del anorak, entramos en la noche, que nos
acogió silenciosa y fría. El hospital está a unos metros, y llegamos de
inmediato a él. Al sacerdote joven (Diosdado se llama), le dije que se marchara,
al día siguiente le esperaban los estudios en la Universidad. El compañero
enfermo no cesaba de hablar; la médico me miró y sonreímos. Resumiendo: se
trataba de ansiedad aguda por no poder dormir (ni dejar dormir, añadiría yo). Después
de dos horas en el hospital, le recetó unas pastillas y volvimos a la calle,
donde una lluvia fina y cansada nos aguardaba. Una vez llegados a casa, yo,
cansado, me acosté; mi amigo, no sé lo que haría; supongo que lo mismo. Y, ya en
la cama, Diario, como un niño en brazos del deber cumplido, y olvidado del
mañana, que ya se acercaba, me dormí en un santiamén. Así sea (18:36:07).
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