17 de marzo de 2021. Miércoles.
LA VIDA ORDINARIA
LA VIDA ORDINARIA
-Abre el día y su luz me inunda la visión, veo el día dichoso y torrencial
frente a mí. La claridad hace vibrar mi vida, la enriquece de cosas y de sueños
con luz, más reales que los sueños de la noche. Los sueños de la noche son
espuma, acuarelas del subconsciente. Relucen un instante y desaparecen, se disuelven
en sus sombras. Solo queda el recuerdo de su fugacidad. Hoy, al rezar, he pedido
a Dios en Laudes buscar la caridad «no únicamente en los acontecimientos
importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria». Y he bajado la vista a la
calle y me he encontrado con el asalariado que las limpia, con la
ambulancia que entra en urgencias, con la paloma que, indiferente y altiva,
picotea en el suelo, con el niño que, con mascarilla y casi acarreado por la
mano de su madre, camina absorto contemplando el milagro de la vida: sus
movimientos, su variedad extraña, el milagro de ser milagro, su fascinación. He
visto el dolor y la alegría, y la inocencia. En la contemplación del cada día
a pie de calle, he percibido el sentido de la caridad; la caridad actuando en
los clamores de la vida ordinaria: la que luce y la que ennoblece de lágrimas la
visión. He visto la risa y el llanto, la rosa y la ortiga, la belleza y el drama: o
el carro y la rueda rota, inutilizados, tirados en mitad del camino. «No únicamente en
los acontecimientos importantes» rezo, Diario, sino que contemplo al niño y a la
paloma, a la madre y al obrero sin trabajo, al que limpia la suciedad de los
demás, y pongo todo esto en la patena de cada día, para que Dios lo consagre y
lo haga, en nuestras vidas, cuerpo de Cristo, iglesia, comunión; es decir: muerte y
resurrección, humanidad celeste, transfigurada (12:54:16).