5 de marzo de 2021. Viernes.
TRISTEZA
-Me levanto y me sacudo la tristeza. Tristeza que cae, como agua con
barro, a mis pies. La tristeza nos viene por acontecimientos adversos que se
suceden sin pausa, como la pandemia de cada día. Cada día, al despertar, te das
con el borrón, el terrible rostro demoledor de la pandemia y sus consecuencias
–fallecidos, falta de libertad, inseguridad, no saber lo que va a pasar–, y te angustias,
te ves cercado, como desterrado de ti mismo. La carcoma del miedo te va royendo,
hasta que da con tu alegría e intenta destruirla. Y, si no estás alerta, te arruina sin piedad. Pero hay un remedio. Te digo lo que yo hago, a veces me va bien: rezo
y leo; leo algo con luz, con brasa dentro, algo que encienda el rezo y lo haga
llegar a Dios. Llegar a Dios y tocarlo, y vivirlo, dejando que te habite, que
te haga tienda de su presencia, de su confidencia. Leo en el Catholic.net la
historia de la monja que, en Myanmar, la antigua Birmania, se pone de rodillas
ante los soldados que van a atacar a los que se manifiestan contra el golpe de Estado
del ejército. Abre los brazos, reza, y pide que cese la violencia, y lo
consigue. No hay enfrentamiento entre el ejército y el pueblo, se salvan
decenas de vidas, ha vencido la paz. Una paloma ha volado de la boca de la
monja y la sombra de sus alas ha cubierto todo el lugar de la concentración. Y
es que, Diario, sigo el consejo de San Juan de la Cruz, que dice: «Buscad
leyendo y hallaréis meditando». Si te dejas llevar por la fuerza de la lectura,
y lo leído lo haces contemplación, intimidad con Dios, casi siempre sale bien (12:32:47).
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