13 de mayo de 2021. Jueves.
OLOR
OLOR
-Ayer, la tarde olía a yerba cortada. El olor nos hace tocar las
cosas, distinguirlas, incluso amarlas o despreciarlas. El olor se hace tacto,
visión, intuición, y, a veces, trae evocaciones, como la de la lluvia. «Huele a
tierra mojada», decimos, y el recuerdo nos lleva a tiempos en que nos poníamos
bajo la lluvia y reíamos. Reír bajo la lluvia, calándonos los ojos, es el signo
más entrañable y feliz de la libertad. Ver el cielo a través de gotas de agua que te
caen es una experiencia festiva, alegre, hermosa. Inenarrable. Dice el salmo 44,
cántico nupcial: «A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos». A través del
olor, el novio trasluce su suntuosidad, su fasto. Oler bien es signo de limpieza
y esmero, de claridad. Me asomé al balcón por ver de dónde venía el olor a
yerba cortada. El jardinero cortaba el césped del jardín. Y pensé: «La hierba,
como cualquier dama cuidadosa de su aspecto, se deja podar para embellecerse». La
elegancia –como el pelo– necesita ser cortada, herida con leves tijeras de
podar, para que no arrastre por el suelo y la manche el polvo, displicente y polvoriento,
del camino. El buen olor acompaña la belleza de quien lo divulga. Como el morir
en olor de santidad: o morir de amor, morir en el amor. Haber vivido en el amor
huele a comunión, a dos, a más; el amor siempre es colectivo, nunca íntimo y
solitario, narcisista. Como el amor de Dios, que es familiar: amor de amarse y de
darse. En el amor, Diario, Dios halla su vida, que siempre fluye, irradia,
llenándolo todo de afectos divinos (12:49:06).