martes, 11 de mayo de 2021

11 de mayo de 2021. Martes.
DOS LACRAS

Recordando maravillas, Torre Eiffel desde el Sena. París. F: FotVi 

-La pandemia nos ha dejado dos lacras: la soledad y la monotonía. Es decir, la soledad extrema, la que lloras de puertas adentro, de corazón adentro. La que te da en las entrañas. La soledad del que vive enterrado vivo, sin nadie a quien poder decir: «Te quiero»; o «Ayer lloré»; o «Déjame que te ame». Es la soledad del desahuciado, del echado a la papelera, del inservible. No es la soledad intelectual, luminosa, creativa –«Sólo en soledad se siente la sed de la verdad», decía María Zambrano, filósofa–, no es esa soledad; sino la soledad existencial, la que olvida los afectos y se hace únicamente recuerdo, sueño pasado, humillación desesperada. La soledad de reír solo, sin que nadie celebre tu risa, que será risa –llanto– de desengaño. Y la otra lacra: la monotonía, como un tic tac terrible de reloj sin hora, siempre perdido en la misma oscuridad, húmedo de desinfectantes y con miedos de mascarilla. Hasta la lectura se ha hecho indigesta en este tiempo de confinamiento, de andar sin paisaje, sin calles por las que perderte y encontrarte en una librería hojeando libros, o en una iglesia, con la fe en los labios, rezando. Es decir, este vivir sin sorpresas, sin días a estrenar, viviendo sólo la pobreza de la repetición; como diría Mario Benedetti, aburriéndome de mí mismo, «de mi propia paciencia». Menos mal que, contra estos dos males, todavía me queda, como liberación rebelde, el reírme de mí mismo –la risa acompaña la soledad– y dejar a Dios que, cada mañana, se invente, en los amaneceres y en el declinar de las tardes, paisajes nuevos, y que cada día conciba, en su infinita imaginación, la originalidad más innovadora, la jamás repetida, la que deslumbra (13:34:10).

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