22 de mayo de 2021. Sábado.
MARAVILLA
MARAVILLA
-Me asomo al balcón y contemplo el vuelo de los vencejos. Es una
necesidad, antes de rezar Laudes. Sin que mis labios lo pronuncien, oigo que mi
interior me dice: «¡Maravilla!» Y se me llenan los ojos de Dios, autor de estos
prodigios. Y es que, tras ver el vuelo de los vencejos, mis palabras transitan con
más amplitud, se extienden en libertad, rozan la utopía. Palabras todas, nacidas
del asombro, que, con las del texto que tengo delante, hacen himnos de alabanza
y afirmación, de fe humilde –reverencial– ante la grandeza del Creador. Abro el
libro de Laudes, y, en esto, una mariposa blanca –algo, hermosamente frágil e
indeciso, fluctuante– me sobrevuela y da grosor, volumen, a la belleza, esta
vez más quebradiza y lírica, más de seda y polvo, de la naturaleza. Donde Dios,
sin serlo, está. Alentando. Excitando la plegaria. Abro el libro y, a pesar del dolor del mundo, por
el que rezo, clamo: «¡El mundo brilla de alegría! ¡Se renueva la faz de
la tierra». Estoy rezando, Diario; es como si los vencejos y la mariposa se llevaran
mis palabras y las pusiesen a los pies de la Maravilla, donde habita Dios, que escucha,
fascina, motiva músicas (12:49:37).