31 de julio de 2014. Jueves.
SIN CARETA
Dorian Gray, en el jardín. F: FotVi |
-Si me encontráis por la calle, desviad la vista, no me vayáis a
confundir o con la bruja malvada, que diría Candela, desdentada ella, la bruja,
o con el lobo feroz ya ancianito y con bastón y con sólo un diente lanzando destellos
como aviso de su fiereza, antigua. Ando de dentista y, por avatares del guion, he
tenido que dejar mi dentadura en la consulta del médico para que sea
remodelada, reciclada, y posibilitar así que sea eficaz en el decir y en el yantar,
que diría el clásico. Si hablo, no digo, sólo arrojo palabras bufas y mojadas, y
si me miro en el espejo, no me reconozco, tan otro soy; el espejo, esa especie
de pequeña charca donde vas cayendo cada día al mirarte hasta que, al final, no
te ves tú, sino a otro que nunca hubieras pensado llegar a ser. El espejo, engullidor
de años y de vida, y de vanidades. En el espejo mueren rosas y nacen
decepciones. Que lo diga si no la madrasta de Blancanieves, o el mismo Borges,
que habla del «horror» que sentía a los espejos: los miras y te miran, y en
ellos, dice, te ves definido. Porque, al fin, te ves como el espejo quiere, y no
como tú desearías. Aunque, en realidad, cuando la madrasta de Blancanieves
pregunta al espejo quién es la más bella, le está revelando su subconsciente,
que es el que, a través del espejo, le da la respuesta. No eres tú la más bella,
le dice o se dice a sí misma la madrasta, que disimula de este modo su
conocimiento doloroso de la verdad. La verdad y los espejos, Diario, o la
imposibilidad de vivir en la hipocresía, o de engañarse uno a sí mismo, siempre.
Puyol se ha mirado en el espejo, quizá, y se ha visto como es, no como había aparentado
o simulado ser; el espejo, sin duda, le ha quitado la careta y se ha reconocido
el Dorian Gray que ha sido y sigue siendo (21:14:09).