19 de junio de 2015. Viernes.
QUIZÁ
Luz para una tiniebla, en el mar. F: FotVi |
-La muerte asusta; pero más la inesperada, la que llega por casualidad y
que en ese momento (o en forma odio o en forma de desgracia) te halla junto a ella.
A la desgracia se la suele llamar accidente; al odio, hiel, y a la casualidad,
destino. Como se ve, palabras; pero palabras todas en las que cabe la muerte. Como
cabe la perla en la bóveda de nácar de la pequeña y secreta ostra catedralicia.
(La ostra, una catedral de carbonato de calcio cristalizado, que inventa
piedras preciosas, hasta morirse). Sin
la muerte como meta, todos seríamos soberbios. La soberbia siempre se
detiene al borde mismo del sepulcro. Es tan estrecha la muerte, que la
soberbia, la pompa, no caben en ella. La muerte sólo se lleva consigo la
desnudez, y tísica. En la muerte sólo hay muerte; y por no haber, ni pobreza hay.
Ni silencios; pues, donde no es posible oír, ni siquiera caben los silencios. Fuera
de la muerte, sobre ella, puede estar el mausoleo, la pirámide o el humilde
caballón de tierra, y abajo, sólo el pálido llamear de la fe, quizá. Dijo
Octavio Paz, poeta: «No hay más jardines que los que llevamos dentro». Quizá,
Diario, el único jardín con el viajemos a la muerte y permanezca sea el de la
fe, o la semilla de una vida sin el sobresalto de la muerte (inesperada, o no) encima.
Quizá… (20:51:36).
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