15 de febrero de
2016. Lunes.
MUSA
DEL LLANTO
Sombrías tormentas, en Salinas de San Pedro del Pinatar. F: FotVi |
-Por fin el frío se hace
glosa del invierno, es su atuendo, su literatura. Incluso aquí, en el Sureste.
Un invierno huérfano de sus signos de frío y nieve, y agua, sería un invierno
lisiado, tullido, como lo sería un bautismo sin el lucir del agua en la cabeza
del bautizado. Sin nieve, Francisco Umbral no habría podido escribir, en enero
de 1997 -La dacha nevada-, este
renglón de poesía sin versos: «Quizá la nieve sea un gato blanco que se ha
quedado a dormir en el jardín». Lo blanco ayuda a la palidez del verbo romántico,
lo estremece. Como el agua estremece el sacramento del bautismo, le da eficacia.
Y yo, helado, siento el frío de España, su enorme socavón de utopías y
solidaridad, de miras altas. Cantaba Marina Tsvietáieva en los primeros años de
la revolución bolchevique: «¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas! /
Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca. / Tú envías sobre Rusia tus
sombrías tormentas / y tu puro lamento nos traspasa como flecha». «¿Sombrías
tormentas» -quizá- sobre España? ¡Ah, Larra, cómo te dolía España! Si no me
doliera España, sería por ser español. Sólo a un ciudadano del mundo le puede doler
-como nos duele una mota de polvo en el ojo- una parte de ese mundo que sufre. La
idea es de San Pablo. Todos los sentidos del cuerpo acuden solidarios allí
donde rompe el caño del dolor de una herida. Mientras busco el infinito, y me sé
ciudadano de todo, también de la pobreza y del misterio, del jazmín y la cebolla,
del gato y la gracia, me duele, Diario, este punto del mundo llamado España,
como el otro llamado Siria, o el de más allá llamado Chapias, en México, me
duele la desesperanza. Si pienso así, ¿ofendo a alguien? (20:15:49).
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