martes, 3 de abril de 2018

3 de abril de 2018. Martes.
LIBRE EL GOZO

Platero habla, en el libro. F: FotVi

-Ayer, día del libro infantil; o el día en que los libros se ponen a hacer señas al niño para que acuda y los abra, y los hojee, y los lea. Y se asombre. El libro -también el infantil- anda, haciendo señales de que existe, por las librerías. Se viste de colores y tiene las letras muy grandes, no porque dude de la capacidad visual de los niños, sino para de este modo llamar su atención. Los libros infantiles se llenan de genios, de monstruos, de hadas, de príncipes, de coches que conversan, de magos que hacen hablar a las piedras, de brujas perversas, de osos sensibles, de castillos encantados, de árboles que se mueven, de burros peludos y suaves, de lápices que siempre tienen una historia que contar, o que callar. El libro infantil tiene tanto color como belleza en sus historias, y sus hojas son tan gruesas, porque han de sostener un castillo de fantasmas o una montaña que habla, y eso no es cosa fácil: necesitan mucha solidez, suelo firme. El libro, en la mente y el corazón del niño que lee, crea, en el país de la fantasía, mundos nuevos, paisajes vivos, personajes inverosímiles. El libro infantil, desde la portada a su interior festivo, hace guiños de colores al niño, con personajes desternillantes o muy tristes, o simplemente humanos. Pensaba yo en estas cosas en una librería de antiguo, cuando oigo a un niño decir: «¡Mami, este!», con ojos iluminados. Miro, y veo que señalaba a un pequeño volumen en el que se leía: Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. En la portada, Platero anda por la cima de un verde montículo, rodeado de florecillas y mariposas frágiles, sus amigos -con el poeta- más íntimos. Y, entonces, me embarga el recuerdo: «Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera…». Miro al niño y a la madre con complicidad feliz, y les sonrío. «¡Los niños leen!», me digo, y salgo a la calle con el corazón agradecido, y libre el gozo (11:11:43).

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