26 de octubre de
2018. Viernes.
ESTANQUE
DE MIEL
Tentadora luz, en Murcia. F: FotVi |
-Menos mal que los
cumpleaños se celebran una vez al año, de lo contrario terminaría uno por empacharse
por tanta felicidad. Braceando en ella. Y sacando la cabeza para evitar
ahogarse en el enjambre de mariposas y libélulas que es la felicidad. Cuando
felicitamos a alguien, le estamos deseando que viva en un «estado de grata
satisfacción espiritual y física». (Diccionario RAE). Un «estado grato»; es
decir, apacible, con risas de por medio, suave, seductor, apetitoso, atractivo,
sin llantos ni despojos; o sea, vivir en un estanque de miel u oro líquido,
como un pez de plata. Y no solo física, sino también espiritualmente. Pues el
día de mi cumpleaños, fueron tantas y tan luminosas las felicitaciones, que por
poco quedo deslumbrado por tanta claridad. Y, aunque sé por el poeta Claudio
Rodríguez, que «siempre la claridad viene del cielo», también sé que hay luces
viciosas, disipadas, que debilitan la visión y la hacen vulnerable. Que
engañan. Estas son luces que enturbian la humildad y agitan la altanería. Por
eso, dejaré a un lado este mar de felicitaciones y me centraré en volver a lo
cotidiano, a la prosa de cada instante, en la que, a veces, reluce un destello
de eternidad. Es decir, volver al artilugio de rezar (alimentar la fe) y
escribir, porque como dice hoy Antonio Lucas en El Mundo: «escribir es una
forma de encontrar»; encontrar lo que es uno mismo y algo –un rescoldo, quizá– de todo
lo demás; como el que busca pequeñas pepitas de oro en un río pedregoso y de paciencia,
de ensueño y liberación, diferente (18:49:10).
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