23 de septiembre de 2019. Lunes.
LOS
HORIZONTES
Al otro lado del horizonte, en Tallin. Estonia. F: FotVi |
-Miro al frente, Diario,
y me doy con el horizonte por donde se cae el sol. Bueno, digo «me doy», pero
quiero decir contemplo. Desde luego un ocaso es una caída de trigo y sombras, de
despedida y nostalgia, y al otro lado de la tarde. De colores vivos, inmensos. Pero
me acerco a tocarlo y, ay, no puedo, está un poco más allá, en el otro
horizonte que sigue a este, pues siempre hay un horizonte más allá del último
al que tú has llegado. Por mucho que corras, por mucho que sueñes, nunca darás
con ese otro horizonte que ves desde este y que invariablemente quedan un sueño
–una utopía– más allá. Sueños y utopías que siempre quedan al otro lado de la
lejanía, esa que llamas distancia y que, ilusionado, tantas veces has querido
tocar, detener, hacerla tuya, para luego soltarla y, libre, dejarla volar, como
un cometa o una nube. Algo parecido a lo que pasa con la sensatez de los
políticos, su visión de futuro, o la esperanza de los más desfavorecidos, o el
respeto a la naturaleza, o el llanto por la niñez desfavorecida y humillada, sin
pan y sin escuelas, a la intemperie en la calle, donde, en la noche, maúllan
los gatos y bullen las ratas, problemas que quieres tocar para solucionarlos y
no puedes. Siempre, tras ese horizonte, hay otro, y otro, y otro… Todo
horizonte, Diario, está, sin estar, más allá, solo hasta donde llega la vista,
como un milagro inalcanzable, pero ilusionante, que te hace soñar y desear llegar
a él, pero sin conseguirlo nunca, o… casi nunca (18:22:56).
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