29 de enero de 2020. Miércoles.
PARA QUE DIOS RÍA
Entrando en mi interior. Basílica de San Juan. Éfeso. Turquía. F: FotVi |
-Los días se suceden con
la monotonía del verso, de la lectura, de la plegaria, y, si me dejan los
ruidos de la calle (y de la conciencia), de la contemplación. Y es que como decía
Unamuno: «Quien deja de palparse el alma, no sabe dónde la tiene». Y un
servidor cada día trata de palpar ese rincón en el que solo puedo entrar yo, y mis
silencios. Para contemplar lo bueno y lo malo, lo luminoso y lo oscuro, lo
bello y lo repulsivo. Entrar y, tras ver lo que soy, salir reconfortado, aunque
siempre con dudas. El alma: o ese templo, esa música, esa intimidad donde Dios
habita, sin apenas hacerse notar, con la delicadeza del Padre que, desde la piedad
y la misericordia, cura heridas. También, con ternura de madre, la de la mano
en la frente y la calma al hablarte. Y así paso los días; es decir, de lo
externo a lo interno, y de ahí, desde el alma, a la vida, en la que leo, hago
versos, lloro, amo, pido perdón, y, ante todo, doy gracias. Es mi desahogo con Dios
de todos los días, Diario; días en los que también río, para que Dios ría conmigo y
rompa así el protocolo celeste, que debe ser bastante aburrido, aunque Santo Tomás
diga que no, y yo... lo crea (18:39:38).