6 de febrero de 2024. Martes.
¡QUE LLUEVA, QUE LLUEVA!
¡QUE LLUEVA, QUE LLUEVA!
-El anticiclón y la
lluvia, dos meteoros –fenómenos atmosféricos– que se dan la espalda; más: se
hacen la guerra. Cuando aparece el anticiclón, la lluvia le da la espalda y
huye, escondiéndose en sus nubes; con la lluvia, sin embargo, el anticiclón se
va a sus refugios de verano y allí espera su ocasión. Pues yo, cada día, y con
permiso del ciclón, pido al cielo la lluvia: «Que llueva, que llueva, / la
Virgen de la Cueva, / los pajaritos cantan, / la luna se levanta. / ¡Que sí,
que no, / que caiga un chaparrón» En mi niñez, en la plaza vieja, en Molina de
Segura, niños y niñas, agarrados de la mano, y en corro, cantábamos sin
descanso, hasta llegar al «que caiga un chaparrón», y ahí, en ese instante, nos
dejábamos caer todos, dando, entre risas, con nuestras posaderas en el suelo: una
fiesta. Eran otros tiempos, tiempos en que los niños, al salir de la escuela,
nos buscábamos y encontrábamos el momento de jugar, cantar y bailar juntos,
cogidos de la mano. Maravillosa niñez aquella de la posguerra, en la que, a
veces, faltaba el pan, pero no la alegría, ni el deseo de aprender y jugar, y el
ir a la escuela. Dios jugaba con nosotros al marro, a las cuatro esquinas, a la
guerra, al adivina quién te dio, a la rayuela, a la pata coja, a tantos juegos
en los que se iba haciendo nuestra vida y en los que se tocaba la hermandad, se
vivía la armonía. Entonces, Diario, ser niño era difícil, por la penuria, pero
más hermoso que lo es ahora: entonces se jugaba y se soñaba, y había paz, y
amor…