9 de junio de 2014. Lunes.
FIESTA DE LA
PALABRA
Distintas (y hablan todas el mismo lenguaje, el de la belleza), en el jardín. F: FotVi |
-Ayer celebré (celebramos los creyentes) la fiesta de Pentecostés, o la
fiesta de la palabra. En Pentecostés, y en el mes de Siván, o de la recolección
de la cosecha para los hebreos, y en Jerusalén, se oyó hablar todas las
lenguas. Quizá por vez primera y única. De pronto, en la plaza pública, como un
bramar de ríos, ocurría una eclosión de lenguas, que, al oírse, se entendían y no
creaban confusión. En el tiempo de los principios, ya hubo una confusión de
lenguas, la de Babel, cuando el hombre, inflado de jactancia y sumido en una
cierta infantilidad insensata, quiso hacer una torre que fuera signo de su
poder, un rascacielos que rascara estrellas y le hiciera sombra a la divinidad,
torre que no remató; la confusión de las lenguas le impidió el conocimiento de
la albañilería y la colocación idónea del ladrillo, y se les desniveló la
plomada, se les cayó el edificio, por falta de comunicación. Sin embargo, en el
día de Pentecostés, ocurrió lo contario: se unió el Espíritu de las lenguas y
fueron éstas lenguas de entendimiento, de acercamiento de la verdad. Primero,
tras la muerte y resurrección de Jesús, hubo los silencios de los discípulos.
Los silencios del miedo. Luego, llegado el Espíritu Santo, o la inspiración de
Dios, la Palabra habló por boca de los apóstoles y se la escuchó y se la
entendió. A causa de la fiesta y el mercado de los cereales, en Jerusalén había
(cito a Gabriel Miró en su libro Glosas
de Sigüenza), había descendientes de los tres hijos de Noé: de Sem:
elamitas, mesopotámicos, lidios, árabes…; de Cam: egipcios, cireneos, cananeos
o fenicios, habitantes del Cáucaso…; de Jafet: romanos, cretenses, medos,
griegos, partos, frigios…; y cada uno, decían, «los oímos hablar de las
maravillas de Dios en nuestra propia lengua» (Hch 2, 11). El día de Pentecostés,
pues, el fuego y el aliento del Espíritu, hicieron posible que todas las
lenguas, con palabras distintas, sonaran, sin embargo, con el mismo
significado. Todas hablaban de las «maravillas de Dios» y se entendía; y, de
entre estas maravillas, Diario, la más preciada: la paz; y el entenderse, o la
paz, los llenó a todos de alegría (20:52:43).