15 de mayo de 2014. Jueves.
MALESTAR
VAGO, BORROSO
Ser crucificado y no crucificar, en La Colina de las Cruces, Lituania. F: FotVi |
-Hoy me puede un malestar vago, borroso, que me apesadumbra y me quita
el gusto por la risa y la alegría, y aun por la amistad, que es otro modo de risa.
Lo vago y borroso es un esmog que ahoga, que dificulta el respirar, y, a la
larga, es capaz de matar. Está muy nublado de miseria nuestro tiempo, todo él. Miras
y se ve miseria, pones el oído y se escucha miseria, tocas y palpas miseria en
lo oscuro, como si palparas alimañas o bichos. Como diría Hegel, lo peor es que
muera el Espíritu, aun el de la Naturaleza, porque entonces moriría la voluntad
de ser y de estar del ser racional; y así, este ser se ahogaría en su propia
defunción, sería un modo de exterminio propio. Estamos en el suicidio de
nuestro propio Espíritu, el que ha ido haciendo humana a la Humanidad, que
nació en selvas y desiertos, pero que gracias a este Espíritu, se liberó de lo
bárbaro y creó la polis (o ciudad), y con la polis, las leyes, y con las leyes,
el sentimiento y la ilusión de la convivencia, y aun el sueño del amor, o el del
vivir al lado de alguien, al lado del otro, en paz y armonía, haciendo música
de la vida, para crear la felicidad. Decía (cantaba) un excelso poeta: «¿Quién
a mi lado llama, quién susurra / o gime en la pared? / Si pudiera saberlo, si
pudiera / alguien saber que el otro lleva a solas / todo el dolor del mundo,
todo el miedo». Así se expresaba a sus 26 años, José Emilio Pacheco, poeta de
México, que soñaba convivencias y no guerras, dentro de la guerra casi continua
a la que invita y excita el mundo y sus aledaños. ¿Y a qué se debe mi malestar
vago y borroso? A que de ningún lado hay piedad; a que todo se estima o se
valora en razón de los prejuicios, que son ofuscaciones, y no en razón de la
verdad y el buen juicio. Un asesinato de este o de aquel lado, como ha ocurrido
ahora, y se encienden el rencor y la cólera, y la humanidad no existe, existe
la selva, y más en las redes sociales, donde, en algunos aspectos, no en todos,
se hace patente el patio de Monipodio que es el mundo, su fervor destructivo y
su saña violenta. Con todo, Diario, nunca mates a quien ya está muerto, y menos
con una palabra afrentosa que lo pueda matar de nuevo, pues al que a hierro
mata, dice la sabiduría, a hierro morirá y más si es con el hierro de la
palabra, que puede volverse contra el que la usa y ser golpeado por ella de igual
modo que antes lo hizo con el tenido por enemigo; que las palabras matan más y
más tiempo que cualquier otro artilugio de guillotinar o segar vidas (19:45:12).
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