5 de junio de 2014. Jueves.
ABDICACIÓN
Sólo chamuscadas las hojas, no el meollo, en el jardín. f: FotVi |
-Al sentirme mordido por un mosquito esta madrugada (6:30 horas),
despierto y doy gracias a Dios por no ser ni rey ni papa, y sí por ser
simplemente persona que ama y siente el dolor, y busca al mosquito para decirle
que eso no se hace, decirle y hacerle algo más. (Tú aplastas un mosquito y
queda una manchita roja en la pared, que es tu sangre allí estrellada, una gota
de ti, y que probablemente aún late). Es decir, ser persona, pero simplemente
persona, sin tener que revestirme de otra cosa. ¡Qué hermoso no ser nada, salvo
el hecho de ser persona y tener una familia, y soñar (o tener ojos que miren
más allá de donde estás), y arder (en el amor), y que las cosas nunca te
parezcan tuyas, sino prestadas, y poder así compartirlas, y tener la sensación
de que todo en tu derredor es un poco mejor que tú, para saber valorar todo, y
que nada, aun lo de menos relumbre, entres en tentación de despreciarlo…!, me
digo, y dejo de buscar al mosquito, que hace lo que sus genes le han enseñado que
haga, morder y causar ardores cutáneos, y escapar. Como el tigre, pero en otra
dimensión, infinitesimal y apenas trágica esta, sólo molestosa. Ser papa o rey
lleva consigo lo de abdicar, que suena a drama; de ser persona, sin embargo,
nunca se abdica. Nunca abdicaré de desear ser libre, o bondadoso, o ciudadano
del mundo, y sin barreras ni ideológicas ni religiosas, que me pudieran impedir
ser libro abierto al que todos puedan acceder y leer, escuchando lo que dice, y
haciéndolo luego biblioteca (o remanso del saber) en su corazón. Como diría
Ortega, en la peripecia de ser persona se es
y se está, y en ella se hacen el existir
y algunas otras cosas que quedan o en libros, si eres escritor, o en los recuerdos
del alma, si eres simple y hermosamente
persona normal; es decir, nada menos que persona con la vida y el saber de cada
día, normal. De tal modo que, a lo largo del tiempo, del saber de la primera
persona se fue haciendo montaña la sabiduría de las otras personas que le
siguieron, hasta ahora, como una magnífica torre que llega hasta las estrellas.
Y, arañando allí, sobre la cima de esa torre de sabiduría, entre dudas, se
busca también a Dios, a quien hasta en la razón se encuentra a veces; y siempre
en la fe, pero si es fe (o don) y no voluntarismo. Yo me imagino a la persona
humana como un libro, que, incendiado, nunca es posible quemarlo del todo; queda
chamuscado por fuera, pero no el meollo, el lomo que une las hojas; sólo si se
deshoja, si se desvalija hoja por hoja, se puede quemar un libro. Pues igual la
persona humana, mientras haya alma y voluntad de ser, unidas, la persona será
indestructible. ¡Qué alivio esta mañana, Diario, despertar y ver que no era ni
papa ni rey, sólo persona humana, de la que nunca ni puedo ni debo abdicar! ¡Alivio!
(19:51:41).
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