25 de junio de 2015. Jueves.
EL ABRAZO DEL
OSO, Y EL MADROÑO
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Hombres horneados, el Roto. El País. |
-En el mundo feliz de Aldous Huxley, un servidor fue programado para ser
abrazo, sólo abrazo, siempre abrazo, era mi cometido. Abrazar, sin pausa, sin
lugar para la reflexión de por qué el abrazo. Vivir en el abrazo, en su
patético cerco sin sentido. Cuando el abrazo debiera ser un círculo cerrado que
no encierra, que no enreja, que no recluye, ni sepulta. El abrazo es un plegar
de alas para de inmediato, desplegándolas, lanzarse al vuelo; abrir alas y
alcanzar el vuelo, o la libertad manando, yéndose y viniendo, partir para
volver a estar. La ostra abraza y crea la perla; el aire ciñe y alienta la
respiración. El abrazo obligado que estrecha hasta el ahogo, no es compasivo ni
para quien da el abrazo ni para quien que lo recibe; al igual que el abrazo
crudo y feroz de la muerte (abrazo que roba el aliento y la vida), el abrazo
obligado abrasa, destruye. Y tan es así que si abrazas mucho y despiadadamente,
puedes ahogar y ahogarte. El abrazo del agua, tan dulce, tan lírico en el
inicio, si se hace feroz e irracional, incesante, sofoca hasta la asfixia. Yo,
en el mundo feliz de Aldous Huxley, ahogado de tanto abrazar, un día, con furia
de ballesta, grité: «¡No más abrazos!», y, con los miembros crispados, me
abracé a mí mismo, e indefenso, y con la cabeza baja, lloré. Y, según el código
del mundo feliz de Huxley, cometí una obscenidad, pues dije: «¡No abrazaré más
sin afecto!». «Sin afecto», dije. Pecado. En el mundo feliz de Aldous Huxley no
existía el afecto, ni el amor, sólo una inclinación inducida, fría como el frío
de la sangre del pez, que suplía la felicidad, la del fuego y la ensoñación, la
de la vibración y el latido. En el mundo feliz de Huxley se imponía ser feliz
sin sentirlo, feliz sin causa. «Madrid -se ha dicho estos días- tiene que ser
la ciudad del abrazo». Sin pedir licencia y a lo bravo. Pisar Madrid, Diario, y
lanzarse a dar abrazos, como si todo el monte fuera orégano; abrazos acá y
acullá, vivos, eléctricos, con suspiro incluido, pero evitando, en todo caso,
el otro abrazo, el del oso, el del oso y el madroño. O sea, el de la muerte (10:48:08).