29 de mayo de 2016. Domingo.
SIN PALABRAS
Borrón..., y Luna nueva, desde el jardín. F: FotVi |
-Esta mañana de sol, había nubes como agujas en un
pajar; es decir, nubes apenas perceptibles, nubes que estaban casi sin estar.
Deshilachadas, pasaban como alas de libélula; o sea, falibles, de tan frágiles.
Pero no importa, el sol es extenso y vigoroso, y acabó por hacerse señor de la
gran bóveda azul que le da cobijo. Yo, entretanto, tuve dos lapsus en las homilías
del sábado y del domingo: de pronto, oscuramente, me quedé en blanco. Un
balbuceo y las palabras se ausentaron, como las páginas de un libro que revuelve
el viento y te impide seguir leyendo. No pude leer mi pensamiento, todo como un
borrón blanco. No había pensamiento, no había palabras. Es la primera vez que
el blanco hace tabla rasa de ideas y palabras en mi mente. ¡Quedarte sin
palabras! ¿Tragedia? No; simplemente un episodio novedoso, con algo de
aventura, quizá. Tras salir de los atascos, continué las celebraciones y acabé
riendo. ¿Qué hacer? Reír y no llorar. Era la primera vez en 59 años, y agradecí
todos estos años de palabras dichas sin una tachadura, hermosamente limpias, y agradecidas,
además. Dios -me he dicho, reconocido- me ha regalado durante este tiempo poder
decir palabras que significan cosas, cosas que viven en las palabras, y que, al
decirlas, singularizándolas, me ha permitido poder amarlas de un modo más
intenso. Sólo lo singular, lo único, se ama; lo colectivo, a lo sumo, se
disfruta, como un paisaje o un universo con estrellas. La Mona Lisa se ama con
tal excelencia, porque es impar, como su sonrisa. O quizá me haya querido decir
Dios: «Hijo, las palabras te las pongo yo en la boca, no te las apropies»; que
es Diario, lo que voy a hacer desde ahora: dejar, cuando intente evangelizar,
que las palabras sean sólo de Él, a lo mejor -¿no te parece?- las raspaduras o
silencios no vuelven a mi mente (21:40:10).