24 de mayo de 2016. Martes.
ERIS, DIOSA DE LA
DISCORDIA
Olor a mirto, en el jardín. F: FotVi |
-En un lugar de Europa, de cuyo nombre prometo nunca olvidarme,
y al que tanto amo, ocurren cosas extrañas, implacables, de una misteriosa e
ilógica ligereza espiritual, y sentimental, que desbordan mi capacidad de
entender. Leo: «Los aplausos al himno vencen a los abucheos». Aplausos, o
celebración de algo; abucheos, u odio a algo. Celebración y odio, por lo mismo.
Y banderas que ondean como disparos de bala. Y cánticos antagónicos que rayan
el aire como lanzas, con ira. El reinado de la fuerza triste de la insensatez. O
la celebración de Eris, diosa de la discordia. No es deporte, es un espectáculo
de lucha circense: lucha de gladiadores en la arena, para regocijo de los amos.
Ellos, los iguales (el pueblo), luchan por satisfacer a los de la tribuna, que
sonríen o fruncen el ceño, según les va. Gritos, aplausos, se les seca la boca bramando,
mientras el corazón del preboste late al ritmo del tambor del Bruch, quizá. Un
cuchillo de sentimientos encontrados parte el tiempo de la concordia. Ya no
somos diferentes, somos otros contra otros, en lucha sin pausa. Tal vez sea que
no «pensamos» leal y generosamente los sentimientos. «Hay que sentir el
pensamiento -advirtió Unamuno- y pensar el sentimiento». Pensar el sentimiento.
La tarde huele a mirto y a mar cercano, y a paz; entonces se me ocurre pedir, Diario,
que la paz nos modele pacíficos; firmes, pero pacíficos (20:57:54).
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