18 de octubre de 2016. Martes.
COMBUSTIBLES
(Antes de ayer escribía esto).
Espectro a atardecer, en el jardín. F: FotVi |
-Hoy me levanto dormido; es un modo tonto de levantarse.
O un modo de levantarse abstraído. Si te levantas así, tu destino es ir dando
tumbos, y tener la cabeza embotada. Y te pones ante el papel, y no escribes; o
si lo haces, deliras, o disparatas, o haces pirotecnia. Y eso es feo. Tan feo
como morderte las uñas ante tu profesor de estética. O tan simple como pintar
un cuadro de Miró, sin fama ni luz en el pincel para hacerlo. En estos casos,
escribes por escribir, y mueres un poco en lo que escribes. Te cuesta más. Y
borras mucho. Entretanto, leo la bella teoría del profesor Antonio Manchón sobre
la razón de los dibujos de los niños. A veces, me ocurre lo que a los niños,
escribo para encontrarme a mí mismo. «El niño -dice el profesor Manchón- dibuja
como fórmula para encontrarse a sí mismo». Encontrarte a ti mismo, que andas perdido
en un mundo hostil, diabólico en ocasiones, ininteligible casi siempre. Un
mundo que sufre y que te hace sufrir, que muere cada día en esa pequeña
maravilla que llamamos niño y que dibuja lo que le duele o le alegra dentro, en
ese sueño truncado por la guerra o por una acción pavorosa de un mayor. A las
siete, esta mañana, he despertado al despertador y me he levantado antes que él,
y, tras rezar y desayunar, me he puesto a escribir, hasta poder pergeñar estas
cosas que estoy contando, que no sé,
Diario, si son lógicas o sólo combustibles; es decir, dignas del fuego
(13:22:44).