27 de octubre de
2017. Viernes.
SUSPENDIDO
DE UN PARAGUAS
Paraguas caído, en Murcia. F: FotVi |
-Dormía yo plácidamente,
cuando se me apareció Puigdemont, suspendido de un paraguas, volando. El
paraguas por arriba y los pies de Puigdemont trastabillando contra las dunas, en
las piedras, contra los lirios del campo, por abajo. Una alucinación. Lo
perseguía el artículo 155 de la Constitución, con su 1 de flecha dirigida a sus
pómulos inferiores (es decir, posaderas) y sus dos cincos (55) con figura de
hoz, tratando de alcanzarlo y segarlo, depurarlo. Sudaba la gota gorda «el
pobre pobre», que diría Neruda, y se refugiaba en el digo pero no digo, en
ahora desenfundo para al momento enfundar atemorizado, voy a dar y me quedo con
la bofetada a medio dar, o se me vuelve contra mí mismo, dejándome sin ansias;
pero de pronto, y a las cinco de la tarde -hora taurina-, se fue a bajar del
paraguas y dio con sus huesos en un atril despavorido, como una percha a la que
le cuelgan un espantapájaros o un moribundo que ya está muerto. Bajo el
flequillo, veo que -como una abeja que le chupara la razón- una duda le perfora
el cerebro: hasta que se lo comió la duda, haciéndose todo él, tras el atril,
un interrogante rugoso y perverso, lúgubremente lacrimoso. Y no dijo nada, pues
la nada es su vocación. Mientras la abeja, con voz de una bella muchacha casi
adolescente -Inés Arrimadas-, le decía: «Ha quitado los sueños a Cataluña». Y
es que sin sueños, no hay libertad, ni utopías, ni un punto de luz que luzca en
las estrellas, ni un caballito de mar pensando filosofías; sin sueños, no hay
vida, me lo dijo un alquimista que hacía de las yedras oro y del oro, «sílabas
con hambre de lectura», o así. Y aún sigo, Diario, en la pesadilla: Puigdemont
cogido a su paraguas, sin fantasías que ofrecer y derrotado (12:11:15).