12 de diciembre de
2017. Martes.
EL
SUSTO DE LAS CADENAS
Pájaro libre, en una pintura de Anna Wi. F: Anna Wi |
-Al ser humano le gusta
tanto prohibir como al perro lamer heridas o al gato rozarse con las piernas de
su mascota, el amo sumiso del mismo. Y prohíbe, no el fuerte, sino el débil. El
fuerte, en todo caso, razona y manda; el débil, usurpa y exige. Prohibir es
cortar alas, malograr sueños, creer más en desiertos que en verdes praderas. Ir
con el susto de las cadenas en vez de con la claridad de las manos abiertas. Prohibir
es impedir, estorbar, reprimir, paralizar, y mil atrocidades más. Como la de poner
máscaras, sellar bocas, imposibilitar salidas. Prohíbe el que se siente
inseguro, el pequeñito con bigote (o barbilampiño) que se aúpa en los puntas de
los pies para parecer más alto. O el grandullón que pretende asustar con sólo
la mirada. O el débil que con un fuerte vozarrón intenta intimidar al hablar como
el gallo de canto acatarrado en el gallinero. Todos los tiranos son ridículos,
como un Charlot haciendo hermosas gansadas en su película de barberos y dictadores
-El gran dictador-, y de lágrimas redentoras
al final. Al final se salva: «la codicia -dice él, que no quiere ser emperador-
ha envenenado las almas», y pide el amor y la fe universales. No prohibir, sino
abrir puertas, llenar de bondad los ojos, dejar libres los pies para ir y
volver y las manos extendidas para darlas a quien uno quiera. Y sobre todo,
Diario, libre el corazón, para poder amar sin cortapisas ni temor alguno; que
Dios es amor, y no cólera, y da su mano al que ama (11:47:05).