5 de febrero de 2019. Martes.
EN LA CALLE
Orfebrería en piedra, en Mileto, Capadocia. Turquía. F: FotVi |
-Después de una noche de intensos fríos, a causa de la humedad, se nos
regala un sol de rostro bondadoso y alegre. Ahí va camino de su ocaso. Recién
nacido, y ya se está muriendo. Como tú, como yo, como todo lo que respira.
Hasta la roca se desgasta y muere. Las catedrales, de piedra y gracia, se van
desmoronando en su belleza cincelada. Bien mirado, si contemplas el final de
las cosas, todo es decadencia. Salvo que seas un contemplativo. Entonces, hasta
la muerte es bella, y alentadora. Contemplo el sol, me felicito y salgo a la
calle para hacer unas cosas. Entre ellas, ir al Banco: es primero de mes y hay que
saldar deudas. La primera la de la Casa Sacerdotal. Se vive en ella, pero no de
gratis. No es gran cosa la factura, pero hay que pagarla. Llego al Banco y un
imberbe masticando chicle me dice que la Caja está cerrada, que salga y saque
la cantidad que desee del cajero de la calle. Me voy al cajero: tecleo lo que
me éste indica, una y otra vez, y siempre me devuelve la libreta, pero no me da
el dinero. De este modo, ¿para qué quieres el dinero en el Banco? Mejor, como
hacía mi madre, en el calcetín. Y me vuelvo a casa con la molestia del que ha
ido de caza y le han dado gato por liebre. Dejo Trapería, calle de cafés, de bancos
y de pobres, que, con educación y el frío contenido en la bufanda, solo piden con
la mirada y dicen «buenos días». Lo hacen sin agresividad, y con más corrección
que el chico del chicle en el banco. Ya en casa, hallo un consuelo en Cieri Estrada, escritor
mexicano, que dice: «La poesía no tiene tiempo, el que la lee la rescata, la
hace presente y luego la regresa a su eternidad». Y pienso: «Para que haya
bancos tiene que haber pobres, y cielos para los pobres y bancos para los ricos»,
y quedo, Diario, en soledad y meditación, como un monje en su celda, apaciguado, y libre (17:56:29).