5 de octubre de 2019. Sábado.
ARRIBA LA CABEZA
Corazón vegetal, en el jardín. Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Visito a la enfermera
Susana y, tras examinarme, me diagnostica que estoy bien; aunque yo,
últimamente, sienta los años como una pesadilla, como un alud de carcomas merodeando
por mis huesos. «¡Ras, ras!», las carcomas mordiendo por todas partes, tratando
de derribar el edificio. Es decir: que no tan bien. Pero si la enfermera dice
que estoy bien, intento creerla y seguir adelante. Salgo, pues, del Centro de
Salud, elevo la barbilla y ando estirado, que es un modo de sentirse bien, como
los dandis del siglo pasado, aquellos que sacaba a escena Jacinto Benavente en
sus comedias de lances costumbristas. Me faltan el bombín y el bastón, y las
gafas redondas a lo Strélnikov, comisario del Ejército Rojo, en la película Doctor Zhivago. Pero me cansa el andar.
Como el vivir, a veces: las menos. Aunque me alienta el leer un libro o el
escribir un verso: la cabeza está más alta y libre que los pies, más cerca de
lo trascendente. Dice el poeta: «Estaba arriba la cabeza (…) / Arriba la
cabeza, / libre, / en su lugar de vuelos, / de gaviotas y sueños, / dirigiendo
el acorde en el teclado…» Dirigiendo, no postrándose, dejándose llevar por lo
adverso y lo malévolo; o sea, lo triste y mutilador de la vida. Un servidor
cree más en la vida que en la muerte, aunque esta llegue en el tiempo y hora en
que no se espera. Y creo más en la vida, porque es el tiempo de hacer y
deshacer cosas, de soñar cielos y tierras nuevas, de pisar horizontes, mientras
que la muerte es solo dormición que espera o un regazo que te acoja (para el
creyente) o la nada (para el nihilista). Yo, Diario, me quedo con Dios
esperándome al otro lado de la muerte, como un centinela del Bien, como unos
ojos que te miran (12:04:04).