1 de octubre de 2019. Martes.
EL CUENTO DE NUNCA
ACABAR
Cielo amenazante, en Torre de la Horadada. F: FotVi |
-Amanece entoldado el
día, del color del leopardo, pero sin manchas negras. Los pronósticos dicen que
hoy vamos a tener más calor: 35 grados. A estas alturas, eso no es calor, eso
es un fastidio, que castiga el cuerpo y el espíritu, y sin piedad. Casi a las
12 se abre el cielo y empieza a extenderse, reptando, el calor. Pero donde más
calienta el sol, donde más arde, es en Cataluña, esa región española sin oriente
y de destino incierto. Es un sol metafórico, que apenas toca la piel, pero que se
mete en el alma y la va cociendo a fuego lento, como una vasija de terracota. Hay
catalanes que son nacionalistas, pero en prosa, sin un atisbo de poesía en sus
correrías y ademanes. Hoy es día de celebrar un fracaso, un chasco. El día en
que, con la boca pequeña y mirando de un lado para otro, no sea que me
descubran, los gerifaltes del tinglado, de la farsa, proclamaron la república, de
seis minutos. Y ahí están, en la cárcel o en Waterloo, lamiéndose las heridas. Hoy,
para ciertos catalanes, es el día de la desolación. Para otros y para el resto
de españoles, sin embargo, el día de la intranquilidad, del tedio por el cuento
de nunca acabar. Con Juan Ramón Jiménez podría decir: «Por el jardín anda el otoño»,
o aquello otro: «¡Qué paz! Al chopo claro viene y canta / un pájaro». Pero, no,
Diario; solo diré con Manuel Azaña: «El provincianismo fatuo del independentismo»,
que nos quita la paz y nos hunde en la inseguridad más temeraria y deleznable, y, como única puerta de salida, el caos (18:27:31).
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