3 de abril de 2021. Sábado.
CON NIÑOS-VÍA CRUCIS
CON NIÑOS-VÍA CRUCIS
-Jesús y los niños. «Dejad que los niños se acerquen a mí»; «dejadlos», dijo
Jesús, y los niños fueron a él, y él les abrazó. Los unió a su ruta de salvación.
En el Vía Crucis de Viernes Santo, en Roma, se ha oído la voz del Papa
Francisco decir: «Dejad que los niños se acerquen a nosotros, y nos cuenten sus
miedos, sus esperanzas, su fe sencilla y su amor purísimo», porque el que no se
haga como niño –unidos a su redención–, no podrá formar parte del reino. Ha
sido un Vía Crucis de niños hablando de sus cosas, tristes y alegres cosas, con
Jesús; ha sido el evangelio –siempre ha estado ahí– de la inocencia y la
sencillez, del candor y la verdad. La verdad dibujada con el encanto de la línea
mal trazada y el color abigarrado de la casita pintada con el humo que sale por
la chimenea. El humo de la plegaria, quizá, que sube como el incienso, hasta
tocar a Dios. Frente a la grandeza del escenario, la pequeñez sublime de los
niños enseñando sus corazones. Con alas. El dolor de un niño por el abuelo que
fallecía solo en un hospital; contó el niño como argumento de una estación del Vía Crucis:
«Bajaron de la ambulancia unos hombres que parecían astronautas, con guantes,
mascarillas y viseras y se llevaron al abuelo…», y allí murió, no lo volvió a
ver más. Tristeza que desgarra. Angustia de niño que es evangelio: los niños
fueron a Jesús y él les abrazó. O el evangelio de los niños –franqueza, claridad,
irradiación– que fueron abrazados por Jesús. Dice el Papa Francisco: «También
en esta época, como en el pasado, la iglesia pone su maternidad al servicio de
los niños y sus familias». Su maternidad; es decir, su seno de crecimiento y
defensa, de ternura. Hasta ser luz en la luz de la vida. En una noche triste y
desolada, Roma, Diario, se iluminó con la luz clarísima y libre, abierta, del
evangelio de los niños que abrazó Jesús, y que, en ese abrazo, se sintieron rescatados,
salvados; y, como palabras en el aire, liberados (11:00:40).