martes, 30 de marzo de 2021

 30 de marzo de 2021. Martes.
SEGUNDA DOSIS

Con la vacuna, huyendo de la quema. T. de la Horadada. F: FotVi

-A punto de hacer frente a la cuarta ola –anuncian los datos aguafiestas que nos adelantan los expertos–, toca vacunarme. Hoy. A las 10:36. Ni un minuto más, ni un minuto menos. La segunda dosis. Vacuna Pfizer. Pienso en la mano de la enfermera o enfermero, tan llena de paz y precisión, dando el golpecito en el brazo e inoculando el líquido salvador, que, con algodón humedecido en alcohol, más tarde purifica. Y lo hacen, como si te rozara la ternura, o con el dedo acariciador y sin peso de una madre. Dan el pinchazo, limpian, y espere 15 minutos en la puerta. Por si el vahído o la reacción adversa. Por si acaso. Después de un año largo –lo que dura la pandemia– he visto a mi enfermera, Susana Muñoz, la que medía mi tensión, me controlaba el peso y me decía cómo iba mi azúcar, la que me da la energía para poder seguir tirando de los años. Tantos ya. Juntando los codos, nos hemos dicho el gozo por el encuentro inesperado. He salido del Centro de Salud y he vuelto a respirar el día, con mascarilla, pero feliz. He visto a unas muchachas fumar y reír, y a una anciana ser vacunada dentro del coche. En la enfermera que la ha vacunado, me ha parecido advertir una sonrisa en sus ojos: una sonrisa de intimidad, como si le viniera, no de los labios, sino del alma: o de un verso –paisaje, lago, arboleda– salido de los ojos. «Todo, en el día a día, no es morir –he pensado–, también es vida, y vida que ríe y se dice en la mirada». Estoy a punto de decir, Diario –tal vez no sea así, pero yo lo siento– que esta vez Dios ha reído conmigo en la segunda dosis de mi vacunación, así como en la mano del enfermero, que tan pequeño golpe ha dado –sin ruido– en mi brazo y que apenas he notado, tan hoja de acacia ha sido, con caridad tan silenciosa lo ha hecho (12:32:18).

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