15 de mayo de 2021. Sábado.
LA SENCILLEZ ME HABITE
LA SENCILLEZ ME HABITE
-Fiesta de San Isidro. Fiesta de lo sencillo, del arado frente a la
máquina. Recuerdo a mi amigo Indalecio Escámez en Casas Nuevas: yo montado en
el trillo, las sotanas al viento, y él, riendo con aquella risa suya pícara y
sabia, junto a la era, vigilando. Él reía y yo arreaba a las mulas, que de tan
cansadas parecían dar pasos hacia atrás en vez ir para adelante. Antonio y José,
sus hijos, con la horca recogían la mies derramada y la volvían a echar a la era.
Solo descansaban para echar un trago del botijo o para quitarse el sombrero y
abanicarse, tan jóvenes. Fue mi primer año de cura; tenía 23, y ninguna
experiencia, solo la de los libros –apenas nada–, y lo que Dios me inspiraba. Celebraba
misa en una pequeña capilla, en la que cabían no más de 20 personas, todo viejo
y enmohecido. Salvo la patrona, la Inmaculada, que lucía en la hornacina del
altar mayor, siempre con un ramito de florecillas silvestres a los pies. Teresa,
la hija de Indalecio, la cuidaba, y preparaba los utensilios para la misa. Yo
llegaba los domingos en la Guzzi con mi hermano Javi y, tras oír en confesión a
los que me lo pedían, me revestía y salía, devoto, a celebrar. Mi hermano y
Félix eran los monaguillos, listos y desenvueltos, eficaces. Después de la misa
dábamos la catequesis a los niños de la primera comunión. Todo era ilusión, sin
vacilaciones, todo era línea recta, con perspectiva. La maravilla me envolvía. Hoy,
día de San Isidro, me vienen a la mente estos recuerdos, difuminados ya, como
poemas de acuarela, hechos de bendita sencillez. Sencillez a la que he vuelto en
la ancianidad, y la que me mantiene en la cuerda de Dios, con menos elocuencia,
pero con el mismo deseo de servir y nunca de ser servido. Todo los días pido que
la sencillez me habite, y la recibo, Diario, como lluvia, con los brazos
abiertos y dejando que me golpee el rostro, calándome. «¡Ah!», digo, y sigo en el
regocijo del candor del agua (11:53:52).