5 de agosto de 2021. Jueves.
EL MAR MOJA MIS OJOS
EL MAR MOJA MIS OJOS
-Despierto y el mar me da en los ojos, me los moja. Me vienen a la mente
los días en que corría por la playa descalzo. El frescor me subía de los pies a
la cabeza, y de ahí se deslizaba por todo el cuerpo, como una cerveza bebida –golpe
de frío en la garganta– con sed. Hoy vuelvo al mar, como Ulises a Itaca. Me
gusta el mar porque no hace acepción de personas: a todas –sean niños o
mayores, pobres o adinerados, insignes o desdeñados– recibe y abraza, y les ofrece
su esplendor. Como una iglesia, el mar es casa de acogida, de recepción: a
todos ofrece la misma moneda: el agua, compartida. Moneda esta, líquida y
movible, paisaje innumerable, que, a veces, no sabemos valorar. El mar se ha
convertido en lugar de plásticos que van asfixiando la vida, y con la lentitud
de un segundero de reloj, hiriéndola de muerte. Según Naciones Unidas, ocho
millones de toneladas de objetos de plástico y otros desechos entran a los
océanos cada año, «matando la vida marina e ingresando en la cadena alimentaria
humana». Yo, con el Papa Francisco, pido –oración de luz en mis labios– que
cada uno de nosotros sea responsable de los demás y del futuro del planeta. Que
no seamos, Diario, asesinos de la vida en la casa común, donde habitan lo
minúsculo y lo enorme, la poesía y la mirada a las estrellas, la inteligencia y
el Invisible, el que se hizo Palabra, y habita entre nosotros (11:41:48).